El pasado domingo tuve la enorme suerte de presenciar un auténtico espectáculo teatral representado, nada más ni nada menos, que por el inigualable Federico Luppi. ¡Impresionante!
Acompañado por Manuel Callau y Ana Labordeta, consiguió adentrarnos en el Museo del Hermitage encarnando a la figura de Pavel Filipovich, un guia romántico e idealista, apasionado por la belleza, que se negó a abandonar el museo durante el asedio que vivió Leningrado (actual San Petersburgo) por parte de los nazis. Y negándose también a aceptar la inexistencia de obras de arte en el museo, puestas a salvo con anterioridad por el gobierno soviético en los montes Urales, seguía realizando visitas nocturnas y clandestinas, describiendo los cuadros con tal pasión que los visitantes ponían su vida en peligro para asistir a sus sesiones. Y lo más curioso es que, gracias a su vehemencia, las paredes desnudas del museo acababan llenándose de cuadros, cuadros que, como si de una ensoñación se tratase, hasta el espectador consigue ver.
Y una vez terminada la obra, este espectador sale del teatro más ligero, más soñador y con más ganas, y en mi caso concreto fascinada además por haber tenido la oportunidad de ver una representación de tal envergadura en esta, mi ciudad, donde espectáculos de esta índole son escasos por no decir inexistentes.
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